jueves, 10 de enero de 2008

"Porque leerlo es una fiesta..."


TIERNO E INCISIVO

Jorge Luis Ortiz Delgado

Escrita en 1926, Fiesta de Ernest Hemingway es la inobjetable razón del placer literario por lo lacónico en la narrativa. No hay lirismo en sus descripciones. La novela se despliega sobre una sábana de hechos en donde el lector puede soñar complejas aventuras bajo el calor de simples palabras. Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que la novela resulta siempre de una experiencia sedimentada y profunda de la vida, una experiencia que se adquiere viviendo y sobre todo, leyendo; pues el testimonio que da Hemingway en esta novela -de la vivencia convertida en ilusión- refleja una de las mayores virtudes que un hombre lanzado a los desafíos y al riesgo constante puede crear al trasponer los límites de sus propios recuerdos para comunicar con inmensa credulidad historias que sugieren deseos feroces por vivir destempladamente la vida. Por eso sus personajes conceden siempre la sospecha de revivir en cada uno de sus vicios y cualidades los anhelos de un escritor resuelto, decidido, para lo que significó un Hemingway inquieto e inagotable como lo conocemos.

Hemingway recibió la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura en el mismo lugar que sirvió de ambiente para narrar los sucesos centrales de su novela: Pamplona; centro de las corridas de toros y faenas de muerte, donde un grupo de jóvenes habituados a las charlas en cafés parisinos decide trasladarse a España para presenciar festines diferentes, quizá más primitivos pero menos sombríos que los de Francia de la posguerra. Un periodista norteamericano herido de guerra y con disfunciones sexuales, un novelista inseguro y sentimental, una bella, oportunista y por momentos juiciosa joven, un arruinado escocés resignado al consuelo del alcohol, un escritor irónico y amigable y, durante buena parte de la historia, un torero gallardo, joven y valiente vienen trazando –a lo largo de la historia– vínculos de amistad y desafección que convierten aquel viaje en el gatillo que dispara contra la imagen parcial que cada uno tiene de sus impotencias y soledades disfrazadas de logros espurios y dolorosas expectativas.

Existe en las obras de Hemingway una conmovedora y denunciante evocación de los sucesos que dejaron los mortales episodios de las dos Guerras Mundiales, además de su participación en la Guerra Civil española que puso en vilo su propia vida. De estos hechos y del desencanto de las causas libradas en sangrientos conflictos la novela Adiós a las armas puede dar cuenta, con grandiosa consistencia, su prosa directa, enriquecida de acontecimientos puros y emociones habitadas de personajes. El idilio entre un encargado de ambulancia norteamericano y una enfermera inglesa en medio de la I Guerra Mundial es el centro sobre el que Hemingway desborda todo su talento para escribir sobre absurdos optimismos frente a fuerzas que dictan con total injusticia los destinos de las personas cuando órdenes superiores como la patria, el ejército y los evanescentes e imprecisos honores ponen al hombre como carne de cañón de sus veleidosos principios.

Confieso que luego de la lectura que hice de El viejo y el mar hace poco más de cinco años pareció bastarme para comprender la admiración que el estilo literario de este gran escritor podía generar, que tal vez, en mi desconocimiento, ninguna otra obra suya podría igualar, y, que guiado por una arbitraria antología de célebres escritores y otros académicos que colocaba a esta novela como la más encumbrada de Hemingway, habían argumentos suficientes para desatender el resto de su obra. Pero he descubierto que la maravilla del relato no se ha detenido con El viejo y el mar, que los impulsos feroces por contar historias y narrar todo tipo de acontecimiento (porque cualquier tema es materia prima para la Literatura) después de leer alguna novela de Hemingway es inacabable, indescriptible, es una invitación súbita para conversar con el lector a través de páginas nutridas con diálogos caseros, sentimentales y hasta plañideros dentro de ambientes de tensión constante e impredecibles.

El amor nace o termina en tiempos de guerra, la esperanza se esfuma sin distinciones de tregua. Es aquella situación lastimera que llega con el silencio de los escombros la que predomina en el sentir de cada protagonista de sus historias. Ese desengañado intento por reconstruir sus vidas personales luego de la debacle. La falta de libertad, la necedad sobre las consecuencias previsibles, el error humano cabalgando sobre los rezagos de la fe (una fe desde y sobre lo humano), todo acentuando la ironía vital y artística que Ernest Hemingway todavía me tiene que mostrar. Porque leerlo es una fiesta (aunque todavía me falte París era una fiesta), porque leer es una forma de amar insobornablemente, porque escribiéndome, la manera de removerme los sentidos, de quererme bien. Y Hemingway escribe para mí, tierno e incisivo.


Arequipa, 05 de enero de 2008

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